Francisco López
La mañana se
presentaba como una mas de esa rutinaria vida que Francisco López llevaba desde
hacia al menos cuatro décadas, empleado ferroviario, hincha fanático de Platense
y una agudeza extrema a la hora de emitir opinión sobre temas de actualidad,
quizás el hecho de ser un “Autodidacta” de esos hombres, cuya pasión por la
lectura lo hacían ver el mundo desde una perspectiva poco usual para alguien
cuya vida se montaba sobre rieles, señalizaciones y barreras que casi nunca
funcionaban con la precisión de sus pensamientos.
Aprontar el mate, era
el paso inicial de la ceremonia diaria, darle de comer a su gatita mientras el
agua se calentaba presurosamente era la señal de que un nuevo día comenzaba para
aquel hombre que había vivido todas las revoluciones desde adentro de una
maquina que tiraba mas de ocho vagones plagados de vidas como las de él.
Amargos, dulces, tibios, todos eran igual para el, ya que en su rutina,
dejar el mate olvidado en su improvisada biblioteca mientras escogía la lectura
diaria, era parte del paisaje cotidiano de esa humilde vivienda de La Paternal,
mate que recogía al recordar su sabor mientras su lectura perdía interés por
haber escogido un mal libro o simplemente por enfadarse con el autor del mismo.
De chico, había soñado con ser un escritor famoso, al menos popular, un
escritor digno de una Latinoamérica que recordara su nombre, había ensayado
varios libros de cuentos, alguna novela inconclusa, poesías para jóvenes y
lindas mujeres que rozaron su adolescencia y varias reflexiones sobre su hermoso
y amado país, la Argentina. Jamás publico nada, solo guardaba las hojas escritas
de manera desordenada que cada tanto las tomaba y corregía siendo su propio
editor.
Esa mañana fue distinta, escogió de su biblioteca un librito
pequeño, fácil y rápido de leer pensó, su titulo no lo estimulo demasiado, “El
Alquimista” pero su escaso tamaño si.
La rutina se quebró desde la
primera página de ese libro, su rostro austero y rustico, fue dejando paso a una
frescura casi tan jovial como el pastor del cuento, personaje del libro que le
daría el empujón necesario para abandonar su rutina; Alicia, nombre con que
había bautizado a su fiel compañera de años, su gatita, yacía durmiendo entre
sus piernas, lugar que siempre privilegiaba mientras francisco leía; el contacto
con la piel de aquel felino y su ronroneo mientras la acariciaba, era sin dudas
el mejor sedante jamás recetado por su medico.
Por primera vez un libro
le hablaba a él, sin mencionarlo, le gritaba, le ordenaba que si su vida no era
la que había soñado de chico, la misma se había perdido en algún momento, se
había distorsionado el camino trazado por el, y tan solo, estaba acompañando el
paso del tiempo, no estaba viviendo el tiempo como protagonista y ese
pensamiento lo perturbo a tal punto que fue el segundo día en su vida que
decidió no ir a trabajar, el primero, fue un llamado interno que lo convoco a
asistir al velatorio de un fallecido ex presidente de su país a quien sin
conocer personalmente había sentido su muerte de manera muy particular.
Ni siquiera aviso, no pidió parte medico, falto y pago las consecuencias
de no avisar, como era un operario de años y de muy buena referencia entre
supervisores y jefes, nadie le objeto ese primer día sin aviso, este nuevo día,
seguramente seria objetado, no por la falta en si, sino, por ser el primer día
de una serie continua de faltas que no le intereso justificar de manera alguna,
porque sabia que no estaba faltando a su trabajo, estaba comenzando a asistir a
su vida.
Alfonso Quijano II
3/11/2012
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